EXPOSICIÓN
800 años del belén de GRECCIO Siguiendo las huellas de San Francisco de Asís, nos podemos convertir un poco en niños y permanecer contemplando la escena de la Natividad,...
DE LA ESPIRITUALIDAD BIBLICA
Certeza inicial: la Palabra es una realidad encarnada en el marco de la historia, de la cultura y de las religiones y, por tanto, una realidad en proceso, evolutiva.
La mentalidad espiritual que habla de cierto componente trascendente, se pierde en los albores de la historia humana. Así lo demuestran los enterramientos rituales de los homínidos de Atapuerca de más de 400.000 años que apuntan a algo de esto. Muchas tradiciones que ulteriormente recogerán las páginas bíblicas se fraguaron en aquellas épocas lejanas (el bien y el mal, los orígenes de lo humano, el lugar de la persona en el mundo, etc.).
A partir del cuarto milenio a.C. el desarrollo de la economía agraria lleva a sedentarización. Es ahí donde nacerá el alfabeto y con él el libro, también la Biblia. Aunque es cierto que la EB ha producido auténticos monumentos literarios y experiencias muy valiosas en esta larga época de la historia de la espiritualidad bíblica, en conjunto, su supeditación al sistema imperante es evidente.
Mal que bien la Biblia ha acompañado la cultura occidental, de tal manera que constituye una de sus raíces más valoradas. Sin embargo, hay que decir que, por su supeditación al sistema, tuvo más peso represor que liberador, aunque siempre hubo quien se remitiera a ella (movimientos pauperísticos medievales).
Esta situación que todavía sigue en parte vigente, se vio sacudida por la gran falla ideológica que fue la Ilustración, fenómeno concomitante de la era industrial que luego abriría la puerta a lo que llamamos actualmente la secularidad. Tres grandes fases: a) la primera oleada de secularización que llega hasta la segunda guerra mundial, en que la secularización toca ya a muchas instancias sociales, tanto culturales como populares, pero aún no llega a las grandes masas; b) la segunda oleada que llegaría hasta los años noventa, en que grandes masas abandonan el paradigma religioso de manera irreversible; c) la tercera oleada en la que vivimos, que, además de seguir el proceso de desreligiosización con toda fuerza, comienzan a brotar planteamientos espirituales significativos al margen del marco religioso. A estas fases corresponde una manera concreta de percibir la EB: en la primera de ellas se vive la EB de forma muy crítica en ámbitos de tipo científico (la comunidad católica se blindará ante estos “ataques”); en la segunda, la crítica trasciende a ámbitos populares y se caracteriza por un “abandono” de lo que se conocía mal, abandono que coincide con una fuerte deserción de la práctica religiosa; en la tercera fase se mantiene el abandono de la práctica religiosa por grandes capas de la sociedad pero rebrota una especie de atractivo por ciertos aspectos bíblicos (la persona de Jesús, sobre todo) en formas más libres. Lo cierto es que tras estas peripecias históricas, un notable número de personas se siente atraído por la Palabra y busca una EB de componente más social, pero de no menor fuerza iluminadora.
Antes de la época de cristiandad, en los orígenes del NT la Palabra ha sido, como lo dice con claridad 2 Pe 1,19 “lámpara que brilla en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero nazca en nuestros corazones”. Es decir, la EB que ha generado la Palabra en las primeras comunidades cristianas fue una espiritualidad de amparo, de acompañamiento y de resistencia.
Otra cosa es cuando, a partir de la cristianización de la sociedad, la Palabra deriva en propiedad de gestores especializados: el pastor, el exegeta. De esta manera, la EB se sitúa en reductos, institucionales y personales, que difícilmente trascienden a la comunidad básica. Ésta buscará su mística creyente y religiosa en otros ámbitos, muy tangenciales.
En la época moderna, época de secularidad y de espiritualidad más social, se recupera algo del sentido primigenio del NT. Éste, según muchos de sus textos, no tuvo como objetivo primordial una finalidad religiosa, ya que los diversos objetivos religiosos que se le han asignado a lo largo de los siglos (culto, oración, estudio, etc.) han llegado históricamente después. El objetivo primordial, básico y elemental, de la Palabra era lo que Jesús llamaba la construcción en la historia del reinado de Dios, es decir, la nueva sociedad basada en relaciones fraternas y humanizadoras, el modo nuevo de ser persona.
Las primeras comunidades cristianas tuvieron conciencia evidente de que la Palabra era un bien para la comunidad. La espiritualidad que de ahí surge ha de ser, sin duda, una espiritualidad que acentúa los lazos humanos y comunitarios del grupo creyente. De tal manera que este tipo de espiritualidad puede ser entendida, más que como una espiritualidad religiosa, como fraterna o social.
En la época de privatización del Mensaje que coincide con la larga época del régimen de cristiandad, la Palabra, como lo hemos dicho, pasa a ser patrimonio gestionado por pastores y exegetas. Esta privatización “encadena” a la Palabra y la condena a generar una espiritualidad para élites. Los enormes sufrimientos que el afán por leer y traducir los textos bíblicos a lengua vulgar han arrostrado desde herejes ignorados hasta sabios conocidos como los erasmistas o el mismo Fray Luis de León son sufrimientos provocados por un formidable error de perspectiva que solamente en épocas muy recientes se ha tratado de corregir. Se pensaba que la democratización de la Palabra iba a acarrear múltiples males, cuando, en realidad, es la savia de la que se alimenta la comunidad. No se vio, o no se quería ver, que el peligro no estaba en la Palabra sino en el ansia de poder que anidaba en muchos “hombres de Iglesia” de las diversas épocas. No ha de extrañar que la EB se refugiara en reductos inaccesibles, secretos y, por lo tanto, de poca influencia en la vida real de los cristianos.
El Vaticano II quiso dar un giro a esta situación haciendo un esfuerzo explícito para devolver la Palabra a su propietario real que no es otro que el conjunto de la comunidad de creyentes. El enorme esfuerzo desplegado, desde la traducción a lengua vernácula de todos los textos bíblicos hasta el afán por poner traducciones de calidad y el mismo salterio en manos de los laicos, hablan de una época dorada para la Palabra, aunque aún los frutos sean modestos.
Muchos lectores de la Palabra, incluso a niveles cultos, se mueven en un perviviente historicismo que está llamado a ser superado. Este historicismo es el que entiende la Palabra como un suceso histórico acaecido en los términos mismos de la narración. La orientación de la exégesis histórico-crítica en general y de los géneros literarios en particular es, con frecuencia, ignorada. Algunos documentos de Iglesia católica animan a ensanchar al máximo el campo de lectura con las diversas maneras de hacer exégesis y de acercarse a la Palabra. Por eso, la formación bíblica sigue siendo una tarea pendiente en las comunidades cristianas, máxime teniendo en cuenta la anemia que, en este sentido, arrastra el creyente de a pie.
Todo este esfuerzo habría de culminar en una EB que fuera, más que un conjunto de conocimientos en torno al texto bíblico, un dinamismo para situarse como creyente en Jesús en esta época de la historia.
Concluimos diciendo que el éxito y la marca de una EB viva es aquella que bebe de lo profundo del texto bíblico haciendo un esfuerzo explícito de sintonía con el Mensaje y la que traduce a modos históricos esa experiencia de manera que la Palabra sea una realidad viva, engendradora de vida. Cuando se analiza la trayectoria histórica de la Palabra es fácil concluir que en nuestra época estamos en mejores condiciones que nunca para elaborar una EB útil, profunda y con grandes posibilidades de dar cuerpo al sueño de Jesús.
DE LA FRATERNIDAD HUMANA
(Génesis)
A tantos siglos de haberse escrito, el viejo libro del Génesis sigue siendo luminoso e iluminador. Los textos bíblicos que están cargados de experiencias vitales, hondas, son unos acompañantes óptimos para ir realizando ese viaje a la profundidad del propio ser, de la existencia.
La espiritualidad de la alianza que late en el Génesis. Pero hay en este libro bíblico algunos subtemas que, convenientemente puestos de relieve, pueden contener elementos útiles para construir una EB. Uno de ellos es la fraternidad. La gran pregunta de si los humanos podrán o no podrán vivir, algún día, como hermanos. La respuesta general del texto es aparentemente decepcionante: es casi imposible vivir como hermanos. Pero, justamente, en ese casi se halla toda la fragilidad y toda la hermosura de lo humano.
Vamos a describir, a grandes rasgos, los diversos ámbitos en lo que Génesis ofrece su espiritualidad de la fraternidad difícil pero posible.
1) El peor comienzo: Gen 4,1-16
El autor bíblico comienza analizando la realidad fraterna por su lado más difícil: el momento en que la única salida a la insufrible relación es el asesinato. Después de esto, cualquier cosa puede ser mejor. Pero hay un resquicio: Dios no abandona a Caín, no lo deja al albur de los violentos, sino que, de algún modo, sigue cuidando de él. Hay un margen de vida, de reorientación, de replanteamiento, para el Caín que habita en la persona. Soñar con la hermandad no es una absoluta quimera.
2) La solución de la separación: Gen 13,1-8
He aquí dos nuevos “hermanos” (son, en realidad, tío y sobrino) que no pueden convivir juntos y que deciden separarse antes de entrar en una dinámica de mayor violencia. Por lo menos no se recurre al asesinato como solución. Se ha dado un paso hacia la fraternidad en este ciclo de Abrahán.
3) El disfrute impedido: Gen 21,1-13
El yahvista piensa, y piensa bien, que si a algo está destinada la fraternidad humana es al gozo y al disfrute. He aquí una escena de juegos inocentes, de hermanos (hermanastro y hermano) que disfrutan más allá de sus diferencias de origen y de edad. Pero la rígida norma se cierne sobre ellos y corta ese disfrute: ella ha de estar por encima de cualquier gozo fraterno. Es una metáfora del trabajo por construir la alegría comunitaria, de su posibilidad y sus dificultades.
4) Como ver el rostro de Dios: Gen 32,1-25
De los muchos textos de fraternidad que pueblan el ciclo de Jacob tomamos éste de la reconciliación entre Esaú y Jacob como uno de los más hermosos. Jacob ha pasado más de veinte años exilado en casa de su tío Labán por aquel “robo” de la primogenitura. Ahora, comido por la nostalgia y consciente de sus derechos, se decide a volver. Sabe que su hermano le espera con un odio viejo de años. Aún así, arriesga, regala, se humilla y se produce el milagro del perdón fraterno. En su rostro que perdona, queda reflejado el rostro del mismo Dios a quien nadie podía ver. La fraternidad perdonadora es evidencia de la realidad del Dios que acoge a la historia.
5) La fraternidad del sistema: Gen 37,1-36
El ciclo de José puede ser entendido, todo él, como un ciclo sobre la fraternidad, sus límites y posibilidades reales. De él tomamos uno de sus primeros textos en que se muestra cómo el sistema prima a quienes considera sus elementos necesarios y margina a quien no le “sirve”. Estas preferencias destruyen la gratuidad, igualdad y familiaridad a que está destinado el hecho fraterno. Es decir, las dificultades para la fraternidad tienen sus raíces.
6) El reconocimiento fraterno como solución: Gen 45,1-28
Este relato pertenece al final del ciclo de José. Presionados por el hambre, los hermanos de José llegan a Egipto y se encuentran con la realidad de un hermano vivo e influyente. El camino de la reconciliación será el único posible para el mal inferido. Aunque la reconciliación sea limitada, temerosa incluso, ésa será la única puerta abierta al futuro de la familia patriarcal que tanto ha sufrido, al futuro de la fraternidad.
Las reconciliaciones entre hermanos que el texto del Génesis nos pone delante, como aquella entre Esaú y Jacob, muestran que hay posibilidad de ser humanos en los conflictos, la certeza de que es verosímil hacer del conflicto no un pozo negro donde se ahogue para siempre la fraternidad, sino un trampolín que dé la posibilidad de una nueva etapa de relación humana. Por muy paradójico que parezca, no se puede defender que el conflicto sea algo que, sin más, atente a la comunión fraterna. Esto puede ser un argumento por parte del poder que quiere imponer “su” comunión, su norma y su orden que no sabe encajar la dificultad histórica. Ser hermano/a en los litigios puede ser una manera, dolorosa pero muchas veces fecunda, de encontrar el verdadero camino que la fe habría de seguir. El conflicto está ahí, ni es deseable ni deja de serlo, y tratarlo con humanidad puede llegar a convertirse en un dinamismo de crecimiento y de vida.
(Apocalipsis)
Todos sabemos que Apocalipsis es un texto para la resistencia. Cuando leemos el NT hemos de pensar en escritos engendrados por comunidades numéricamente pequeñas perdidas en el ancho mar del paganismo.
Pues bien, el autor de Apocalipsis cree, como dice E. Sábato, que en la resistencia habita la esperanza. Y por ello, en modo y forma muy peculiares, propone una espiritualidad de resistencia y, con ella, una manera nueva de enfocar el futuro. El texto que vamos a proponer como marco de EB, Ap 21-22,5, lo deja ver.
El autor propone la utopía de una tierra nueva (tierra sin mar, sin aguas que causen temor), una tierra reorientada, en conexión siempre con la existencia terrenal. No se trata de una maravilla soñada que nada tenga que ver con la realidad actual sino que, por el contrario, es esta misma realidad trasformada por la bondad, la fraternidad y la dicha.
1) Un futuro sin muerte: Ap 21,4
Así lo sueña Ap 21,4: “Ya no habrá más muerte ni luto ni llanto, pues lo de antes ha pasado”. ¿Es posible un futuro sin muerte? Es un sueño, pero Ap sueña con él. La pervivencia de la muerte en el camino histórico en modos tan diversos, abundantes y crueles da sobradas razones a quienes creen de que, efectivamente, la persona, la creación, no podrá jamás ser liberada de la constricción de la muerte. Los logros contra la muerte, que también existen, habrían de mantener al creyente en el Evangelio en una terca certeza de que este azote radical de la existencia puede ser vencido. Quizá, para ello sea preciso trabajar el tema del “luto”, conseguir no sumirse en duelos estériles sino aprestarse al trabajo ímprobo de luchar contra toda clase de muertes (es preciso ampliar el concepto más allá de lo físico). O, como algo más a la mano, lograr reducir el nivel de “llanto”, de desolación que afecta a las personas, sobre todo a los débiles, y que es lo que más odia Dios en la historia (Qoh 4,1). Es decir, el sueño se convierte en imperativo vital, en reto, para quien acepte la profecía.
2) Un futuro de novedad: Ap 21,5
Porque la aspiración a lo nuevo está sembrada en el corazón de la persona. Ap 21,5 se hace eco de ello: “Todo lo hago nuevo”. La renovación del universo era un concepto familiar a la literatura apocalíptica. Desde Isaías (65,17) al mismo san Pablo (2 Cor 5,16-17) se suspira por un orden nuevo que sustituya al antiguo desfigurado por la inhumanidad. Pero hay aquí dos notas de interés: a) Es Dios mismo quien interviene en esta obra de novedad; no es solamente la persona y su esfuerzo sino que Dios se empeña en esta obra. Por eso mismo hay que medir el valor de lo creado, de la historia recreada. No se puede pensar esta vida en términos de negatividad, de olvido, de menosprecio. Si Dios se ha empeñado en esta obra es que el éxito de lo creado se confunde, de alguna manera, con el éxito de Dios. b) La novedad que Dios crea con la persona tiene que ver con la pobreza de esta historia. No se dice que para hacer lo nuevo haya que arrasar con lo viejo, sino que lo nuevo parte del presente de lo viejo para lograr hacer, con increíbles esfuerzos, que surja la novedad. Esto es lo que lleva a volverse con benignidad y con arrojo a esta pobre realidad nuestra para intentar sacar de ella la novedad que, de algún modo, anida en su fondo.
3) Un futuro sin templo: Ap 21,22
Hay en este cap.21 algo sorprendente: cuando el autor, en un alarde de imaginación y en un afán por animar a una vida resistente, describe cómo será la ciudad nueva y soñada, y tras describirla con un colorido desbordante que quiere hacer creíble el sueño de lo nuevo, dice que en tal ciudad “templo no vi ninguno, su templo es el Señor Dios, soberano de todo, y el Cordero” (Ap 21,22). Resulta increíble para la mentalidad de entonces (y en parte para la de ahora, para todo hecho religioso) pensar en una ciudad sin templo, sin referencias religiosas. Pero la ciudad nueva de Ap lo ve así. La fe nueva tendrá como única referencia al Señor Dios y “al Cordero”, al Jesús entregado, a la mística de la entrega. Es decir, el verdadero dinamismo de la nueva tierra será el Dios volcado a la historia (ya que su “dominio” le viene no tanto de su omnipotencia cuanto de su amor) y el Jesús entregado a la vida. Con ello se está demostrando que el auténtico motor del futuro nuevo que aquí se invita a soñar está alimentado por el amor y por la entrega a la vida. Sin esos elementos, la ciudad nueva es imposible.
4) Un futuro de democracia cósmica: Ap 22,3
Puede parecer exagerado hablar de democracia cósmica. Todo lo más, quizá podamos hablar de respeto a las criaturas, de relación fraternal con ellas. Pero, ¿pueden las criaturas participar en el “gobierno”, en el destino del mundo? Ap 22,3 dice que en la ciudad nueva “no habrá ya nada maldito”. Es decir, toda realidad creada entrará en el paradigma de la bondad, por lo que podrá participar en la orientación del mundo. Esto habría de llevar a vivir en la globalidad del ser, en esa expectación positiva que está dispuesta a dejar sitio a lo creado en el interior mismo de la persona, hasta saberse uno con todos. El designio de Dios ha quedado claro, según Col 1,20: reconciliar todo el universo. En esta democracia, basada en la fraternidad y la bondad, no cuentan tanto los votos de nadie cuanto la necesidad del débil. Por eso, las criaturas más débiles serán más consideradas cuando el imperio de los poderosos (de los humanos) no sea quien dicte las normas de convivencia cósmica sino cuando lo haga la conciencia de pertenencia y hermandad que puede llevar a un futuro de corte totalmente distinto, humanizado.
Escuchemos algunas resonancias de componente social que pueden iluminar nuestros caminos de hoy: