EXPOSICIÓN

EL CAMINO DE SANTIAGO


HISTORIAS DEL CAMINO

 

Leyenda del Campo de las estrellas y otros sucesos

La importancia del Camino de Santiago en la historia del norte España es decisiva en sus cambios sociales, económicos y políticos durante siglos. En parte hasta hoy. Todo eso comienza con una leyenda nacida en los inicios del siglo IX.

Eran los primeros años del reino astur, cuando se luchaba en ese extremo peninsular contra la invasión musulmana. Un ermitaño, de nombre Pelayo, dice ver unas extrañas luces, semejantes a estrellas fugaces sobre un descampado. El obispo de Iria Flavia, Teodomiro, acompaña al ermitaño al misterioso monte iluminado. Allí encuentran una tumba con tres cadáveres, uno de ellos degollado, con la cabeza bajo el brazo. Dan por hecho que se trata del apóstol Santiago, junto a dos de sus discípulos. Muy pronto el rey Alfonso II hizo construir sobre las reliquias una iglesia que más tarde sería la catedral de Santiago de Compostela, uno de los mayores centros de peregrinación de la cristiandad.

Poco más de un siglo después, se dio en el mismo lugar un suceso histórico que pudo ser el final de esta historia y, sin embargo, le dio un empujón definitivo. Almanzor, el caudillo musulmán, arrasó en el año 997 la ciudad de Santiago de Compostela y se llevó a Córdoba las campanas de la iglesia a lomos de esclavos cristianos. Dicen las crónicas que sus caballos entraron en el templo y se abrevaron en la pila bautismal. Dicen también que respetó la tumba del apóstol y a un monje que la guardaba. Del resto no quedaron sino escombros. Pero la humillación que Almanzor infringe a la cristiandad en el santuario provocó, como reacción, el respaldo del resto de reinos cristianos “europeos”. Como si fuera una cuestión de fe, Santiago se convierte en el anti-Mahoma, en un grito de guerra: ¡Santiago y cierra España!

 

El camino en la historia

Los detalles de cómo y por qué pudo llegar hasta allí el cadáver del apóstol decapitado, el hecho asombroso que quedara durante siglos clandestino e inescrutable hasta la azarosa aparición de fuegos estelares… todo eso quedó bien justificado por leyendas inagotables. En todo caso, para entender la preponderancia del creciente peregrinaje hacia Santiago, no basta con recordar el poder milagroso que se atribuía a las reliquias en esos tiempos y, por lo tanto, el atractivo que pudieran tener unas tan insignes como los restos de uno de los discípulos más cercanos a Jesús.

El Camino recibió el apoyo, desde Francia, de Cluny, la Orden monástica más pujante de la cristiandad en su tiempo. La orden utiliza sus monasterios para promocionar el Camino de Santiago. Era una red inmensa: llegaron a contarse 2.000 prioratos en Europa y más de 10.000 monjes. En el siglo XII la peregrinación llega a su máxima expansión con una bula del Papa que concede el perdón de todos los pecados, la indulgencia plenaria, a todo peregrino que visite la tumba de Santiago los años jubilares (aquellos en que la fiesta del apóstol sea en domingo), cosa que ocurre aproximadamente cada seis años. Pensemos que en Roma el jubileo se podía obtener cada 25 años y Jerusalén era un destino casi suicida. El Camino se llena de peregrinos y con ellos la primera gran obra pública de los reinos cristianos; puentes, hospitales, templos, caminos mejor trazados…

En 1143, un peregrino francés, Aimerico de Picaud, recorre y escribe la primera guía del Camino, recopilada en el Códice Calixtino que se conserva en Compostela. El vecino no deja en buen lugar a navarros y vascos: Si los vieras comer, los considerarías perros o cerdos. Si los oyeras hablar, te acordarías de los perros que ladran, pues tienen una lengua de todo punto bárbara.

 

Un peregrino actual

Y pues citamos a un francés, hagámosle sitio a otro, éste diplomático y escritor contemporáneo, de nombre Jean-Christophe Rufin.

He pasado la frontera de los sesenta: un verdadero puerto que hay que atravesar -un poco preocupado, lo confieso- para el montañero que soy. No se trata tanto de atisbar la muerte, cuanto de abrir los ojos a nuevos horizontes, a nuevas alternativas en la vida. Tenía sed de plantearme, de buscar la unidad. Pero no iba a imaginarme que caminar a Compostela era solo una aventura filosófica y espiritual. Es también un itinerario humano, a ras de tierra; saber dónde se duerme, montar la tienda, cocinar la comida, dormir para recuperarse…

Compostela no me ha dado una nueva escala de valores, me ha permitido reencontrarme con los míos, aquellos que me impulsaron a estudiar medicina, a escoger luego el combate humanitario. Pienso que el camino no te enseña nada que no tengas ya en ti. Te permite sencillamente, por el desprendimiento, la soledad y la meditación, retomar contacto contigo mismo, con tu verdad… El camino no te impone nada, no te dice lo que tienes que hacer, creer o pensar. Desbroza, eso sí, tu propio manantial interior…

El Camino de Compostela comporta inevitablemente una dimensión espiritual, sea o no explícitamente religiosa. Pero no me puse en camino para encontrar a Dios. Mi motivación no era principalmente mística. Pero, bien entendido: la gran cuestión espiritual se plantea…

El camino conlleva un trabajo subterráneo que te hace poco a poco permeable al misterio. Eso sucede mucho porque somos cuerpo, como en todos los inicios, comenzando por el bautismo. Guardo memoria emocionada de mi escala en Oviedo, ante el Cristo Salvador. De repente, la certeza de una presencia…

Que los caminantes a Compostela no tengan miedo a la duración y a la soledad. Tengan paciencia: el metabolismo del cuerpo y del espíritu se hace lentamente. No iniciar el camino esperando una revelación repentina y fulgurante: ¡Compostela no es el camino de Damasco! Se camina preguntándose, con dudas que cambian de manera imprevisible. Únicamente un consejo: si el deseo de ir a Compostela te está rodando, acéptalo, ¡sin duda ya estás interiormente en camino!

[Conversaciones espirituales; Bertrand Révillion]

 


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