Víctor Herrero – Conferencia Gogoa-Ver bien lo que se ve
Instituto Plaza de la Cruz, día 7 de junio, 19:30h [audio mp3="http://iglesiasanantonio.capuchinospamplona.org/wp-content/uploads/2023/03/La-piel-de-Dios-Víctor-Herrero.mp3"][/audio]
Una de las experiencias más frecuentes en cualquier cristiano que haya convivido, con atención y tiempo, dentro de un pueblo original amazónico y se haya interesado por sus más antiguas tradiciones, es su sorpresa ante la semejanza de algunos de sus mitos originarios con los nuestros del Antiguo Testamento. Por tanto, le parecerá del todo acertado que el concilio Vaticano II, dentro de su Decreto sobre la actividad misionera (Ad Gentes,11) invitara a los misioneros a descubrir, con gozo y respeto, las Semillas del Verbo, en sus tradiciones religiosas.
Esta escueta exposición (Teologías amazónicas – Semillas de Dios) pone ante sus ojos, con imágenes originales de artistas contemporáneos ecuatorianos, una muestra de lo que fue esa antiquísima indagación humana en la selva amazónica. Sus habitantes se preguntaron, al igual que tantas otras culturas, cómo había surgido el mundo, cuál había sido la intervención humana en la naturaleza.
Se interrogaron sobre el por qué del mal y el dolor, creyeron descubrir en todo ello un dudoso rastro divino y lo contaron en mitos magníficos, llenos de sabiduría.
No hay espacio aquí para exponer toda la gama de tradiciones amazónicas donde podríamos rastrear esas semillas. Sin embargo, queremos mostrar algunos ejemplos señeros.
Todos recordaremos este pasaje bíblico Gn 2,8-9: Dios el Señor plantó un jardín en la región de Edén, en el oriente, y puso allí al hombre que había formado. Hizo crecer también toda clase de árboles hermosos que daban fruto bueno para comer. En medio del jardín puso también el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. El mito nos cuenta luego cómo la primera pareja humana, desobedeciendo la advertencia de Dios, comió el fruto del conocimiento y, con ello, perdió la condición de ingenuidad, bienestar y paz que les ofrecía el Paraíso.
Los pueblos amazónicos, sin contacto con la tradición cristiana, crearon una narración semejante: el árbol de los peces. Sin duda una prehistoria muy antigua que fue transmitida de forma oral durante cientos de generaciones: En el principio hubo un cedro altísimo que alcanzaba hasta el cielo. Su enorme tronco era como un río lleno de peces; también las ramas y hojas eran pescados de todo tipo. Pero solo un hombre era amigo del árbol y conocía el arte de atrapar ahí sus peces sin mayor esfuerzo. Sus hermanos y vecinos, envidiosos, quisieron también hacerlo, pero fracasaron. Furiosos, se pusieron a talar el enorme cedro. Pasaron muchas vicisitudes hasta conseguirlo. El último obstáculo fue cortar un colosal bejuco que unía al árbol con el firmamento de donde quedaba colgado… La formidable caída del árbol destruyó la tierra originaria y creó la selva actual. El tronco fue el río Amazonas, las ramas sus afluentes, los peces se vertieron en ellos… Ya nunca resultó sencillo conseguir la comida. Las gentes tuvieron que inventar toda clase de artificios para comer. En adelante, la vida siempre sería sufrida y dura.
Hay una enorme nostalgia en ese mito, tal como se desprende igualmente del bíblico. Constatan que ya perdieron su originario estado de bienaventuranza: esa inicial y paradisíaca convivencia con la naturaleza, cuando los humanos vivían a su mismo nivel. Como dicen en otra leyenda amazónica: nuestros antepasados conocían el lenguaje de los animales y las plantas, conversaban con todos. Quizá eso recuerda un primer estado de animalidad, el de los meros instintos, del cual esos seres salieron hacia la distinción del bien y del mal, hacia la moral. Emancipándose poco a poco de la naturaleza, poniéndola a su servicio, la humanidad tuvo conciencia de la competencia entre sí, el trabajo y el dolor, la misma muerte… Hasta entonces no la conocía o, al menos, como el animal, no estaba hostigado constantemente por la misma. Expulsado del paraíso, el género humano, olvidó también el ábol de la vida, quebró el bejuco que conectaba naturalmente con Dios. Desde entonces se le busca a tientas.
Existen asimismo otros mitos que son, tan equivalentes a los nuestros, que sorprendieron a los primeros misioneros hasta el punto que, no pudiendo explicárselo, creyeron que tan gran semejanza podría deberse al viaje de algún apóstol del mismo Jesús que asomó por aquel reino de las aguas amazónico… Acaso más milagrosamente aún que Santiago en las costas Finisterre.
La dificultad de los amazónicos por convivir entre sí, las contiendas y matanzas mutuas, la difícil conquista de una moral humana que les permita sobrevivir y respetar a la naturaleza, está también presente en los juicios o castigos. Al instante nos recordarán, de nuevo, conocidas páginas bíblicas: el fuego bajado del cielo; el diluvio; las plagas de animales… Hay también hermosos mitos sobre las funciones de los astros y su relación con la vida humana. Cuentan leyendas sobre un ser divino que a veces bajaba a las casas selváticas para mostrar el camino de la reconciliación y la bondad…
Semillas de humanización, sugerencias de Dios. Para quien sepa interpretarlas. Para el que aprenda a leer el libro imponente y magnífico de la Amazonia.
El capuchino José Miguel Gondáraz, con más de 40 años viviendo en la selva amazónica ecuatoriana, escribió
MITOS Y TRADICIONES DE LOS NAPORUNA, Quito, 2004.